viernes, 25 de marzo de 2011

Un cuento mahleriano

Después del terremoto del Japón, los días empezaron a alargarse de manera extraña. Los científicos, explicaban la causa de esta anomalía como una consecuencia de la inclinación del eje de la tierra. Yo mientras tanto me dedicaba a detectar estas pequeñas variaciones, comparando el movimiento de la sombra en un reloj de sol, con mi reloj de pulsera. También usaba como referencia la hora que aparece en la pantalla de mi teléfono celular. Pude observar algunas pequeñas incongruencias. Había agujeros en la línea del tiempo que se formaban durante el día. Estos iban creciendo poco a poco formando intervalos de cierta longitud que sobrepasaban los minutos. El tiempo en exceso es un gran problema. Puede producir desorientación, sensación de ansiedad, un sentimiento inexplicable de felicidad y bienestar y llegar hasta el aburrimiento. Me sentía como Hans Kastrop, el héroe de la novela La Montaña Mágica de Thomas Mann, quien pasó siete años en un sanatorio en Los Alpes suizos, reflexionando sobre el tiempo.

FRancisco Rivero. Gustav Mahler. 2006.

Decidí escuchar a Mahler. Tenía sobre mi escritorio un c. d. de la Séptima Sinfonía, ejecutada por la Orquesta Sinfónica Cleveland, dirigida por Pierre Boulez. Una grabación del sello Deutsche Gramophon de 1996, que había comprado y nunca tuve tiempo para escucharla. El problema con Mahler es que las casas disqueras le venden a uno los c. d., pero no le venden a uno el tiempo para escucharlo. Tiempo para dedicárselo completo a este autor vienés, que tanto lo requiere. Anteriormente había escuchado la séptima en un par de versiones: una integral del sello EMI con Klauss Tensted y por supuesto la de Leonard Bernstein con la Filarmónica de Viena. Las sinfonías de Mahler fueron escritas a comienzos del siglo XX, cuando aún no se había inventado la radio ni la televisión (ni mucho menos el Internet): La gente de aquella época dedicaba tiempo a la cultura y el ocio: Leían novelas muy voluminosas, sostenían conversaciones de más de tres horas y los vecinos se hacían interminables visitas de cortesía, en donde se leían largas cartas, y se tomaba café con galletitas. Entonces la gente disponía de tiempo de sobra. La séptima de Mahler fue compuesta para aquella generación privilegiada, entre 1903- 04.

Sabía que la séptima es algo larga: 90 minutos. ¿Tendré paciencia para escuchar a Mahler durante hora y media, sin ningún tipo de interrupción, me pregunté? Bueno, al menos si me canso, podré escuchar el primer movimiento: un Allegro en forma de sonata que dura 23 minutos. En realidad este primer movimiento es casi una pequeña sinfonía dentro de otra. Una parte que se asemeja al todo. Me acordé inmediatamente de los fractales. ¿Que son los fractales? El conjunto que contiene una parte que es igual al todo. A su vez esta parte contiene a otra semejante al todo… y así hasta el infinito. Podemos recorrer un fractal durante toda nuestra vida y nunca salir, como en un laberinto que se eleva hasta el cielo.

El primero es un movimiento palindrómico, es decir si nos devolvemos en el tiempo podríamos escuchar algo con la misma estructura. Posee dos temas iniciales A y B, que nos conducen a un tercer tema C, luego hacemos una recapitulación a la inversa de los temas anteriores. Es decir su estructura es de la forma ABCBA. Esta palabra se puede leer igual tanto al derecho como al revés. ES una palindromía. Lo curioso es que la propia sinfonía posee cinco movimientos y ella en sí misma es palindrómica. Esto de salir de un tema A para llegar de nuevo a A, es un viejo truco musical, que nos hace sentir que estamos viajando cuando escuchamos una sinfonía. Hiciste un largo viaje, pero volviste al punto de partida, parece decir el director, riéndose de nosotros. Los directores de orquesta tienen algo de magos (por eso ambos se visten de negro y usan una varita mágica).

El día era especial para emprender cosas positivas. Tuvimos una secuencia de cuatro días con un tiempo horrible, de lluvia pertinaz y humedad. En este mes de marzo donde siempre había sequía y aire caliente, se producen ahora estos desajustes climáticos debido a esta nueva época caótica donde estamos entrando. El cielo plomizo cargado de nubes blancas no dejaba ver la montaña. Hoy, por el contrario, salió el sol y el cielo azul estaba radiante. La montaña lucía sus más hermosos tonos de verde. Los pájaros cantaban en mi jardín, mientras otros saltaban por todas partes buscando insectos, para alimentar sus pequeñas crías. Las flores de colores tropicales se abrían para llamar la atención.

Escuchar a Mahler en un día así era una idea algo alocada, un compositor triste y muy desafortunado en su vida personal y atormentado con la idea de la muerte. Pero… ¡Valió la pena la aventura! La séptima era otra cosa. Al menos esta versión de Pierre Boulez, precisa y equilibrada como todo lo que él sabe hacer, me sedujo desde los primeros compases. Fue un Mahler ligero, optimista y bastante variado en cuanto temas y timbres orquestales. El expresionismo vienés fue dejado de lado, para darnos una buena muestra de impresionismo francés, colorido y transparente. La obra se inicia con el llamado de los cornos. Luego hay una marcha a lo Wagner, que nos eleva bien alto con compases que se alternan entre la sección de las cuerdas y los metales.

El segundo movimiento Nachtmusik I, fue un viaje fantástico por las pequeñas calles de una vieja ciudad. Se dice que este movimiento estuvo inspirado en el famoso cuadro de Rembrandt “La ronda nocturna”. Hace muchos años, la gente de los pueblos y ciudades se organizaban en pequeños grupos para hacer la ronda, por las calles. Era una forma de protegerse de los ladrones y vagabundos. Me sentí acompañando a estos burgueses, al compás de la música de una marcha bastante pomposa, participando de sus pequeñas aventuras nocturnas, en tabernas y casas de juego.

Lo más cautivante de todo fue el cuarto movimiento Nachtmusik II, con sus serenatas tocadas por guitarras y mandolinas. Una música sensual y misteriosa, hecha a base de elaborados efectos percusivos. El final triunfal es una imagen reflejada del primer movimiento, aunque más corto.

Escuche la sinfonía completa, y al final quedé satisfecho de haber vivido una experiencia única e irrepetible. Pude entrar en un agujero de un tiempo olvidado a comienzos del siglo XX. Un tiempo marcado por la música de Mahler. Dentro de mi mente lo que ocurrió fue un viaje de varios días y noches. Miré mi reloj y el tiempo había transcurrido de manera normal. Pasaron 90 minutos y 23 segundos. El tiempo sideral que se mide en números de una pantalla del reloj movido por impulsos eléctricos que a su vez están marcados por las vibraciones moleculares de los cristales de cuarzo, se aleja cada vez más del tiempo en que vivimos. Continué con mis meditaciones sobre el eje de la tierra, desde la Montaña Mágica.