lunes, 2 de junio de 2014

El alma insondable de Hans Pfitzner


Francisco Rivero. Pfitzner. 2014


Definitivamente,  hay artistas de gran valía, cuyas obras han caído en el olvido: algunos porque su mensaje no llega  a las mayorías por ser incomprensible, otros por ser epígonos de compositores más famosos y otros por razones que desconozco. Tal es el caso del músico  Hans Pfitzner (Moscú, 5 de mayo de 1869 — Salzburgo, 22 de mayo de 1949) compositor y director de orquesta alemán cuyo nombre se asocia con una gran opera que aún  se mantiene en el repertorio: Palestrina.
La música de Pfitzner es elusiva y misteriosa, quizás de difícil audición. Hay que escucharlo repetidas veces para comprenderlo y captar el mensaje oculto de un alma insondable. No se esfuerza este hombre en cautivar a los oyentes con facilismos baratos de efecto inmediatista. Su música es bella por sus armonizaciones bien equilibradas y el empleo de la tonalidad, pero carece de dramatismos que conmuevan nuestra alma.
Fue contemporáneo de Reger y Richard Strauss, dos artistas con los cuales se pueden establecer paralelos y semejanzas. Desafió a los modernistas como Busoni Y Schoenberg, pues se definió como un conservador a ultranza. Su adhesión al pasado en medio de una época de pujantes vanguardias le pasó factura a su fama después de muerto. Reconocemos en sus obras un dominio magistral de contrapunto y su infinita inventiva melódica en los desarrollos de motivos bastante simples.
 Nacido en Moscú, Rusia, Pfitzner pasó la mayor parte de su vida en Alemania, trabajando como director, pianista y profesor además de compositor. Pfitzner era hijo de un violinista profesional y desde muy joven recibió lecciones de su padre. La familia se mudó a Fráncfort del Meno en 1872.
Entre sus obras de cámara está un Quinteto para piano y cuarteto de cuerdas en Do mayor op.23, de 1908, que marca el inicio de su carrera como compositor. Sigue este quinteto los modelos de  Schumann y Brahms en cuanto forma y la manera de combinar los instrumentos creando un tejido bastante rico de contrapunto y pequeñas melodías.
Hoy empiezan a grabarse sus obras tímidamente. Posee tres sinfonías, un Concierto para violín en Si menor, op. 34 (1923) dedicado a  la violinista australiana Alma Moodie. También  escribió tres conciertos para violonchelo y un doble concierto para violín y violonchelo.
Una de sus últimas obras, el Sexteto en Sol menor op. 55, escrito para una combinación inusual de clarinete,  piano, contrabajo, violonchelo, violín y viola es una obra ligera de carácter apacible que se conecta fácilmente con las serenatas del rococó.

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