martes, 28 de junio de 2016

Alfredo Casella: entre dos mundos.




El nombre de Alfredo Casella destaca muy alto  en el panorama musical italiano de la primera mitad del siglo XX por sus obras de corte neoclásico. Basta nombrar la Partita (1924-25) y Scarlattiana (1926), ambas para piano y orquesta; el Concerto romano (1926), para órgano, metales, timbal, cuerda y orquesta; el Concierto de violín (1928); el Concierto de violoncelo (1934-35); y la Paganiniana, un divertimento para orquesta (1942).

Casella. Francisco Rivero. 2016.

Este compositor nació en Turín en 1883, en el seno de una familia con gran tradición musical. Su abuelo ejecutaba el violonchelo y  fue amigo de Paganini. Su madre pianista le dio al niño las primeras lecciones. Estudió en Francia bajo la dirección de Gabriel Fauré y allí recibió ciertas influencias de los impresionistas, aunque se inclinó un poco más por lo romántico. Fue un pianista y director de orquesta notable. Estrenó en París la segunda sinfonía de Mahler, lo cual le sirvió de inspiración para su Sinfonía No. 2  en do menor, una obra poco conocida, pero entretenida, variada y llena de finos detalles.
Compuso tres sinfonías a lo largo de su carrera. Obras de gran envergadura que no escapan de la influencia de Richard Strauss, como la Primera, estrenada en 1905. Luego, manteniéndose en esta misma línea,  sigue un Poema Sinfónico Italia de 1909.
Después de abandonar el lenguaje tradicional hipercromático de las pesadas y serias armonías de Strauss y las tenebrosas elucubraciones de Mahler, su paleta musical se vuelve clara y luminosa, la textura rala y las melodías alegres, irrelevantes y sencillas. La influencia de Stravinsky se hace presente. Se dedica a la música de cámara y composiciones más pequeñas. En especial, su obra Serenata para pequeña orquesta Op.  46, nos encontramos con un compositor neoclásico, muy cercano a Francis Poulenc y Joaquín Rodrigo.

Suite La Giara.
La obra que mejor representa esta segunda etapa es la Suite La Giara (La Jarra) para un ballet o comedia coreográfica en un acto de Luigi Pirandello (1924).
Gracias a Dios, este alejamiento de lo tradicional, tampoco significó caer en las tentaciones de los vanguardistas de su época. Fue un hombre pragmático que trató de crear un lenguaje propio, italiano, de corte nacionalista (Fascista según algunos). Según un crítico de la época (equivocado por supuesto): el apoyo prestado por él, al régimen fascista y su concepción de una música mediterránea adecuada a las características de la música latina, lo indujeron a un apriorismo teórico que no le permitió avanzar con real coherencia en la exigencia de renovación de la música que había sentido vivamente en su juventud.